Es un dilema empezar este artículo. Tiene muchos inicios. Y puedo llegar a sonrojarme al final. Como no soy objetivo, ni lo pretendo, tiraré p’alante. Empezaré por decir que admiro futbolísticamente a Mahía. Nos conocemos hace años, pero no demasiados. Tenemos una buena relación personal, pero no somos amigos, no al menos de trato diario. Pero llevo años siguiéndolo. Y nunca me decepciona. Ni él , ni sobre todo porque es el tema, sus equipos. No tiene nada que demostrar. Todo lo ha demostrado: cuando tuvo equipos competitivos, con cierto talento, los encumbró. Ahí están los históricos ascensos del cadete a liga gallega, primero, y acto seguido a división de honor, donde mantuvo al equipo varias temporadas. Y cuando sus equipos carecen de ese talento futbolístico, al menos compiten. Siempre compiten. Esa es su «marca personal». Un competidor nato. Podría alargar su curriculum, y hablar de sus éxitos en el Eume. No es necesario. También tuvo «fracasos», sí, como todos, pero de ellos salió revitalizado, lo que aún lo ensalza más.
No es la primera vez que lo digo públicamente: no entiendo cómo no está entrenando en categorías superiores, allí donde mandan los resultados por encima del juego, allí donde, aquéllos que como éste que escribe, no exigen talento al jugador, sino actitud. Pero si le das talento, lo acrecienta, y lo dota de actitud. Lo demostró. Todo eso te lo da Mahía, un técnico al que no diré que adoro deportivamente, pero casi. Si tuviese la capacidad de decidir, Mahía sería primera opción. Siempre. Me garantiza que, gane o pierda el equipo, saldré contento de la actitud de los chavales. Sí, ya sé que no es un entrenador de los «academicamente» correctos. No es un «ilustrado» de la teoría futbolistica. Ni creo que tenga interés en explicarla. Seguramente no le avalan títulos académicos, garantía de conocimientos, sí, pero no de resultados. No «mea»colonia. Tampoco es políticamente correcto. Ni siquiera lo intenta. Algo que en este mundo, en general, de falsedades, mentiras, y «postureo», mucho «postureo», vende mucho. Ese es su «pecado». Pero merece una oportunidad. O a lo mejor no lo necesita. O no la quiere. No lo sé. Pero es un entrenador «de los de toda la vida». De los que a mí me gustan.